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Sinopsis de El Holocausto: La Estrategia de la Negaciòn
Enviado por Donanfer
Publicado el 2011-07-19 22:44:22
Libro El Holocausto: La Estrategia de la Negaciòn


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El objetivo de quienes buscan perpetrar un genocidio siempre conllevará dos fachadas bien definidas: por un lado, el aniquilamiento físico del grupo humano previamente elegido como enemigo; por el otro, la destreza de absoluta protección de impunidad que habrá de erigirse a continuación, no sólo para eludir cualquier tipo de procedimiento criminal, sino también para eternizar los efectos del extinción en la cultura dominante. Un genocidio no sólo pretende la eliminación física de hombres, mujeres y niños en un determinado momento; su exterminio intenta la desaparición de la minoría oprimida de una vez y para siempre: suprimirlos de la faz de la tierra, como si jamás hubiesen vivido. Así, la existencia de la minoría perseguida y destruida, en la cultura impuesta por los genocidas, pasa a ser, en las décadas siguientes, un mito, un rumor. Se procura erradicar no sólo su existencia, también su historia, su cultura, sus raíces. Es que si aquel pueblo jamás existió, entonces tampoco tuvo lugar su canallesca desaparición. La empresa genocida más resuelta y sanguinaria, promovida a partir del empleo de los artefactos modernos más sofisticados, fue la que perpetraron los nazis en detrimento del pueblo judío, durante la segunda guerra mundial el siglo pasado. En tal sentido, Hitler y sus milicias no alcanzaron el objetivo en forma definitiva, pero sus planes tuvieron un revelador avance entre 1941 y 1945: de los once millones de judíos europeos cuyo exterminio se habían propuesto, más de la mitad fueron ultimados, entre ellos un millón y medio de niños. Pero los nazis no solamente se preocuparon del aspecto material del genocidio judío, también se preocuparon por el día después a que el exterminio hubiera llegado a su fin, a que el último judío europeo hubiera sido gaseado. Heinrich Himmler lo dijo a sus oficiales en 1943: era a no dudarlo de una historia de la que nunca se habló ni se hablaría en el futuro. La siniestra estrategia de ocultamiento perverso e impunidad les fue abundantemente transmitida a los sometidos judíos por los ejecutores; es muy frecuente leer en las crónicas y biografías de sobrevivientes de la Shoá las altaneras y provocadoras arengas de los captores: nadie quedaría entre las víctimas para contar lo que pasó, y aun cuando alguien escapara al exterminio ¿quién le iba a creer a un pobre judío, privado de familia, amistades y comunidad, frente a la "verdad" monolítica del nazismo victorioso? Claro que la derrota a manos de los aliados impidió que esta estrategia pudiera hacerse realidad. Sin embargo, aun con la Alemania de Hitler devastada y convertida en una pesadilla del pasado, retazos de aquel mecanismo de cerrojo a la verdad histórica siguieron en pie, pues no todos los vencidos quisieron rendirse ante la evidencia de que habían formado parte del crimen más espantoso que el hombre moderno haya visto. Ese mismo mecanismo de defensa ha sido empleado, en las décadas siguientes y hasta nuestros días, por aquellos que miran con nostalgia el estado de cosas establecido por los nazis y otros movimientos fascistas en la Europa de entreguerra . Para arrogarse gregario del neonazismo hay que defender sin titubear las derivaciones a las que acarreó el discurso del odio racial: la carnicería proyectada de millones de inocentes, por el solo hecho de habérsele inculpado, de un modo cruel e injusto, ciertas condiciones que los hacìan aperecer como miembros de una raza enemiga, o inferior.Como los neonazis son sabedores absolutamente que Babi Yar, Ponary, Treblinka o Auschwitz son palabras que provocan un efecto devastador frente a sus ofuscaciones ideológicas, el único modo que les queda de pretender defender sus trasnochados axiomas es negando la existencia de aquellos episodios. Es aquí donde aparece la funcionalidad del negacionismo. Es que el Holocausto funda una barrera moral absolutamente insalvable para quienes hoy en día ensayan apropiarse de la ideología que precisamente conllevó a aquella catástrofe. El único modo de superar este formidable obstáculo es poniendo en duda que lo que pasó haya tenido lugar efectivamente. Pero este investigación discursiva es insostenible a todas luces. No estamos ocupando del episodio histórico más argumentado de la historia reciente. A quienes , quieran ver con sus propios ojos los vestigios del horror, no hace falta que recorran las barracas del campo de exterminio de Birkenau, con su inmoralidad y su carga de muerte; ni que se entierren en las cámaras de gas de Majdanek, para ver el aterrador tono azulado adquirido por paredes y techos debido al empleo continuo de los cristales de cianuro de hidrógeno. Será mas que suficiente y bastará con una visita al cementerio judío de Varsovia. Un arrendamiento vastísimo, doscientas cincuenta mil tumbas, abandonadas por completo, como si el tiempo se hubiese estancado allí por 1943. Desde aquel entonces, aquellas miles de tumbas quedaron sin er visitadas por nadie. El exterminio de los judíos tuvo ese efecto adicional: el de asesinar por segunda vez a los muertos anteriores, los del siglo XIX; el progreso de la humanidad, el evitar que Auschwitz se repita, sólo podrá conseguirse resguardando la memoria de lo sucedido. Sacando provecho de las enseñanzas del pasado. Enalteciendo a las víctimas. Justamente, la puntual antípoda de los embates negacionistas.





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